lunes, octubre 23, 2006

Juegos Prohibidos : Cuentos :

Prólogo
ANTES DE EMPEZAR



Hay un momento en la adolescencia en que todo parece perdido aunque nada en realidad se ha perdido. La vida duele y no se es de ningún lugar ni se pertenece a ninguna persona, institución o moral. Se sueña con el príncipe, la princesa, el actor de moda, la cantante guapísima que nos canta al oído, el concurso, el viaje, el maestro o la maestra que vendrán a salvarnos y a reconocernos. Se cuestiona la religión, los roles sociales, la sexualidad. Se teme el futuro y se anhela el futuro y se desconoce el papel que se asumirá en ese mundo que se aproxima. Se camina en puntas de pie para ver el paisaje como lo veremos cuando termine nuestro crecimiento. Se ensayan peinados y cortes de cabello, posturas para fumar o echarse los cabellos hacia atrás. Se exprimen en la soledad del cuarto de baño las primeras espinillas. Se ríe sin motivo aparente. Se es torpe, desgarbado, irregular y hasta desconcertante en las respuestas e interrelaciones. Se escriben poesías o canciones, o se empieza un “Diario”, o se leen manuales de hipnotismo y trucos de magia, fotonovelas o historias del deporte. Se reconoce el cuerpo y hay quien se avergonzará del cuerpo. Se goza la brisa de la cara al pedalear la bicicleta, la velocidad en patines o en el coche de los amigos o de los padres o de los hermanos mayores, la sensación de los músculos al hacer ejercicio, el sudor corriendo por la cara, los pasos de baile. Se disfrutan también los primeros cigarros y las primeras borracheras, el primer baile, el primer beso, las primeras peleas, la curiosidad sexual. No se es niño ni adulto. Se puede serlo todo y no se es nada. Empieza la cacería sexual en la que se es perseguidor o perseguido. La música expresa mejor que cualquier otra cosa los deseos y temores más oscuros e indescifrables, los desplantes y arrogancias, las alegrías y las mitificaciones. Se quiere la independencia pero se es incapaz de valerse por sí mismo. Se busca la autoafirmación pero el espejo, la familia, la iglesia, la escuela, la calle y hasta los amigos y las amigas parecen cuestionarlo todo, ponerlo en duda, bromear de todo, inestabilizarlo todo. Se inventan mitos porque se necesitan para poder guiarse en el caos ingobernable que nos acecha. Se inventan pautas de conducta porque los temperamentos oscilan terrible, violentamente. Despiertan nuevas energías y el cuerpo cambia y no se sabe cómo preguntar, pedir ayuda, o se quiere pedir consejo y no se sabe a quién, no obstante que se necesite a alguien urgente, angustiosamente, y a veces hasta con desesperación. Parece saberse mucho acerca de esto, pero poco se dice, pues sobrevive la idea ciertamente mórbida, de que todo, absolutamente todo, debe ser cabalmente experimentado. Es la adolescencia y son sus ritos de iniciación.

A veces ésta edad difícil recibe la denominación de “años terribles” o “edad de transición”. Stanley Hall en un libro ya clásico, Adolescence, acuña la expresión de storm and stress (tormenta y tensión), y más recientemente Elizabeth Hurlock en Adolescent Development, recomienda prestar atención a la literatura y al cine, dados los prototipos que ofrecen, sin duda siempre un paso adelante de las ciencias sociales. Bastaría citar los títulos y epítetos tan espléndidos como infames recopilados en las últimas décadas. ¿Quién no recuerda “los años duros”, “la edad del malestar”, rebelde sin causa”, “los disconformes”, “los puños en el bolsillo”, “confidente de secundaria”, “la edad de la punzada”, “el diablo en el cuerpo”, “los cachorros”, y tantas otras expresiones de connotación generacional? O esa primera frase de Aden Arabia de Paul Nizan: “No permitiré a nadie decir que tener veinte años es la edad más hermosa de la vida”.

En latín, adolescere, participio activo adolescens, significa desarrollarse, madurar o crecer, tanto física como mentalmente. Se adquieren los rasgos físicos característicos de la madurez, se desarrolla el aparato reproductor para hacer posible la procreación, cambia la estatura, la tesitura de la voz, la fisonomía. Quizás otra lectura de esta palabra debería significar adolecer, padecer un mal, ya que el tránsito a la edad adulta nunca transcurre sin alarmas generalmente dolorosas. ¿No han leído novelas decimonónicas adonde los personajes llaman adolencia, a lo que nosotros alteramos en el menos descriptivo y antidramático adolescencia?

La característica más sorprendente de este misterioso período de la vida humana, dicen Hacker y Gellerd (en Freedom and authority in adolescence) es la simultaneidad de tendencias que se excluyen, verdaderamente contradictorias. “La adolescencia es a la vez improductiva… y prodigiosamente creadora y fértil. La centralización inútil e irresponsable de todos los intereses en el yo se da conjuntamente con una capacidad casi ilimitada de sacrificio idealista. El amor apasionado y altruista coexiste con la más fría indiferencia”. Los autores recopilados en este libro no ignoran esto, por el contrario, parecen anticiparlo, transgredirlo, analizarlo y superarlo en profundidad y complejidad al describir ese ir y venir de los jóvenes, su rápido e irregular desarrollo y su falta de conocimiento y experiencia. La familia, la iglesia, la escuela, el Estado imponen muchas exigencias a los adolescentes pero no los proveen de ningún proyecto que los ayude pormenorizadamente a satisfacer sus principales exigencias. Los personajes de los cuentos que hemos elegido se enfrentan a decisiones que deben decidir si pueden seguir soportando tanta realidad, ser dotados de una perspectiva emotiva, de un equilibrio moral que los salve de optar entre el temor y la esperanza, la magnificación de los problemas y su inseguridad personal. Los cuentistas incluídos llevan ésta problemática al terreno de la sexualidad, escenario que la sociedad actual confunde hasta grados patológicos mediante reproches, chantajes, promesas, fijaciones, mitos, imágenes, críticas, censuras y exigencias, en vez de explicaciones y ayuda para el discernimento. A la sociedad parecen convenirle los antiguos roles: a los adultos hay que obedecerlos, sin cuestionamientos de ningún tipo, y los jóvenes no tienen más remedio que seguir esas normas pues traumatizantes e inolvidables castigos aguardan siempre a los transgresores.

Cada cuento seleccionado (algunos de ellos espectaculares obras maestras: Pacheco, De la Colina, Revueltas), condensa en sí mismo el microcosmos social y psicológico del adolescente. Sus relaciones con los demás son desconcertantes (Carrión), en un momento ama y en el siguiente odia. Rechaza los valores de sus padres y educadores (Gerardo María), pero es incapaz de hacerlo abiertamente. Su falta de identidad lo lleva a un estado de frustración crónica, en el cual se intensifican la irritabilidad y la emotividad (Pérez Cruz). A su vez la frustración lleva a las demandas exageradas de libertad (Villoro), al desprecio general hacia los adultos, al desafío a la autoridad y el orden establecidos (Huerta). Problemas de identidad, de adaptación, idealismo, frustraciones, rechazos, ensueños, complejos, incomprensión familiar. Ciertamente la adolescencia es un período difícil, y hasta de alguna manera catastrófico, mientras se encuentra la necesaria seguridad de autoafirmación, la necesaria independencia del mundo familiar, y la ansiada identidad con la comunidad. Asómense ahora a ésta extraordinaria colección de cuentos para ejemplo y entretenimiento, lección y distracción, evocación e invocación de esos años terribles.

Gustavo Sainz